Diario de María Lucía

por: Violeta Romo Norquist*

Hace días que Juan Diego salió, yo me quedé en casa con las niñas. Hace frío y todavía no sale el sol. Queda algo de leña, la prendo y hago una sopa. A Diego no le gusta la sopa, pero ahora no está y, mientras hierve, me da tiempo de hacer otras cosas, como reparar la silla que rompí intentando alcanzar el cuenco que uso para darle de comer a los pollos. Me duelen las uñas por desgranar el maíz. Quiero acostarme a ver las nubes, pero una de las niñas se cayó y está llorando. Despertó a la menor y ahora ambas lloran. Es hora de salir. Me las llevo al mercado porque no las puedo dejar solas; allá visitan a su abuela, que apenas y las reconoce, pero sonríe y las abraza. Ya vendí todo, así que caminamos un par de horas y volvemos a casa. Se está metiendo el sol y Juan Diego no llega. Se llevó nuestro manto y no explicó para qué; tenemos frío. Cuando vuelve, la excusa es apabullante. Tardó tres días en volver porque estaba juntando rosas para regalárselas a una mujer que se le apareció en un cerro y que, dice, es una madre venerable. ¿Y el manto? Dice que se volvió lienzo (pero eso no nos sirve para cubrirnos del aire helado de diciembre).

[Un poco de contexto:
Juan Diego tuvo dos esposas. La segunda de ella fue María Lucía, con quien tuvo dos hijas. No tengo idea de cuándo nacieron, pero, como es ficción, podemos suponer que eran pequeñas cuando Juan Diego se encontró con la Virgen de Guadalupe.]

*Violeta Romo Norquist es hija de Margaret y nieta de Sebastiana y Jeanette. Está haciendo un doctorado en historia moderna y contemporánea en el Instituto Mora y le interesa estudiar las maneras en que las maternidades fueron construidas en el siglo XX.

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